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SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO, presbítero

Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados.

La “Divine Providencia” será, pues, transplantada y se convertirá en un gran repollo…”. José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín.

Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar.

Les decia: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”. Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un por de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.

A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”. Después del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admire con el nombre de “Cottolengo”. Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serene laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.

La palabra “minusválido” aquí no tiene sentido. Todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano.

Les decía a las Hermanas: “Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”. Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842. (fuente: catholic.net)

Ya está aquí la nueva edición del boletín parroquial, publicado también en el blog, para mayor difusión del mismo (pincha en cada imagen para poder leerlo a buena resolución)

SAN HUGO, abad de Cluny

El glorioso y venerable abad de Cluny, san Hugo, nació en Semur, de una ilustre y antigua familia de Borgoña. Su padre llamado Dalmacio era señor de Semur, y su madre Aremberga, descendiente de la antigua casa de Vergi.

Quería el padre que su hijo Hugo siguiese, como noble la carrera de las armas, pero sintiéndose él más inclinado al retiro y a la piedad que a la guerra, recabó licencia para ir a cultivar las letras humanas en Châlon-sur-Saône, donde la santidad de los monjes de Cluny, gobernados por el piadoso abad Odilón, le movió a dar libelo a todas las cosas de la tierra, y a tomar el hábito en aquel célebre monasterio.

Hizo allí tan extraordinarios progresos en las ciencias y virtudes, que corriendo la fama de su eminente santidad, sabiduría y prudencia por toda Europa, el emperador Enrique le nombró padrino de su hijo; y Alfonso rey de España, hijo de Fernando, acudió a él para librarse de la prisión en que le tenía su ambicioso hermano Sancho, lo cual recabó el santo con su grande autoridad, y también puso fin a las querellas del prelado de Autún y del duque de Borgoña que devastaba las posesiones de la Iglesia. Y no fue menos apreciado de los sumos pontífices, por su rara prudencia y santidad. Nombróle León IV para que le acompañase en su viaje a Francia, y su sucesor Víctor II previno al cardenal Hildebrando, después Gregorio VII, que le tomase por socio y consejero en la legacía cerca del rey de los franceses; Esteban X que sucedió a Víctor, le llamó y quiso morir en sus brazos. El gran pontífice Gregorio VII se aconsejaba con este santísimo abad de Cluny en todos los negocios más graves de la cristiandad.

Entre las muchas cartas de san Hugo, se halla una escrita a Guillermo el Conquistador, el cual le había ofrecido para su monasterio cien libras por cada monje que le enviase a Inglaterra. Respóndele el santo abad que él daría la misma suma por cada buen religioso que le enviasen para su monasterio. si fuese cosa que se pudiese comprar en cuyas palabras manifestaba el temor de que se relajasen los monjes que enviase a Inglaterra no pudiendo vivir allí en monasterios reformados. Y si todas estas preocupaciones juzgaba el santo necesarias para conservar la virtud de aquellos tan fervorosos monjes, ¿cómo imaginamos nosotros poder estar seguros de no perder la gracia divina, si temerariamente nos metemos en medio de los peligros y lazos del mundo? Quéjanse muchos de las tentaciones que padecen, y murmuran de la Providencia por los recios y continuos combates que les dan los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne: pero día vendrá en que Dios se justifique recordándo1es que ellos mismos se metían las más de las veces en las tentaciones, y haciéndose sordos a las voces de la gracia y de la conciencia, se ponían voluntariamente en las ocasiones de pecar, y se rendían a sus mortales enemigos.

Es increíble lo mucho que trabajó este santo en la viña del Señor, edificándola con sus heroicas virtudes, defendiéndola de sus enemigos, y acrecentándola con su celo apostólico, Finalmente después de haber fundado el célebre monasterio de monjas de Mareigni, y echado los cimientos de la magnífica iglesia de Cluny, lleno de días y mere cimientos falleció en la paz del Señor a la edad de ochenta y cinco años. (fuente: catholic.net)

SANTA JUANA (GIANNA) BERETTA MOLLA, madre

Gianna Beretta nació en Magenta (provincia de Milán) el día 4 de octubre de 1922. Desde su tierna infancia, acoge el don de la fe y la educación cristiana que recibe de sus padres. Considera la vida como un don maravilloso de Dios, confiándose plenamente a la Providencia, y convencida de la necesidad y de la eficacia de la oración.

Durante los años de Liceo y de Universidad, en los que se dedica con diligencia a los estudios, traduce su fe en fruto generoso de apostolado en la Acción católica y en la Sociedad de San Vicente de Paúl, dedicándose a los jóvenes y al servicio caritativo con los ancianos y necesitados. Habiendo obtenido el título de Doctor en Medicina y Cirugía en 1949 en la Universidad de Pavía, abre en 1950 un ambulatorio de consulta en Mésero, municipio vecino a Magenta. En 1952 se especializa en Pediatría en la Universidad de Milán. En la práctica de la medicina, presta una atención particular a las madres, a los niños, a los ancianos y a los pobres.

Su trabajo profesional, que considera como una «misión», no le impide el dedicarse más y más a la Acción católica, intensificando su apostolado entre las jovencitas.

Se dedica también a sus deportes favoritos, el esquí y el alpinismo, encontrando en ellos una ocasión para expresar su alegría de vivir, recreándose ante el encanto de la creación.

Se interroga sobre su porvenir, reza y pide oraciones, para conocer la voluntad de Dios. Llega a la conclusión de que Dios la llama al matrimonio. Llena de entusiasmo, se entrega a esta vocación, con voluntad firme y decidida de formar una familia verdaderamente cristiana.

Conoce al ingeniero Pietro Molla. Comienza el período de noviazgo, tiempo de gozo y alegría, de profundización en la vida espiritual, de oración y de acción de gracias al Señor. El día 24 de septiembre de 1955, Gianna y Pietro contraen matrimonio en Magenta, en la Basílica de S. Martín. Los nuevos esposos se sienten felices. En noviembre de 1956, Gianna da a luz a su primer hijo, Pierluigi. En diciembre de 1957 viene al mundo Mariolina y en julio de 1959, Laura. Gianna armoniza, con simplicidad y equilibrio, los deberes de madre, de esposa, de médico y la alegría de vivir.

En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de embarazo, es presa del sufrimiento. El diagnóstico: un tumor en el útero. Se hace necesaria una intervención quirúrgica. Antes de ser intervenida, suplica al cirujano que salve, a toda costa, la vida que lleva en su seno, y se confía a la oración y a la Providencia. Se salva la vida de la criatura. Ella da gracias al Señor y pasa los siete meses antes del parto con incomparable fuerza de ánimo y con plena dedicación a sus deberes de madre y de médico. Se estremece al pensar que la criatura pueda nacer enferma, y pide al Señor que no suceda tal cosa.

Algunos días antes del parto, confiando siempre en la Providencia, está dispuesta a dar su vida para salvar la de la criatura: «Si hay que decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid -lo exijo- la suya. Salvadlo».

La mañana del 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela. El día 28 de abril, también por la mañana, entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo», muere santamente. Tenía 39 años.

Sus funerales fueron una gran manifestación llena de emoción profunda, de fe y de oración. La Sierva de Dios reposa en el cementerio de Mésero, a 4 kilómetros de Magenta.

«Meditada inmolación», Pablo VI definió con esta frase el gesto de la beata Gianna recordando, en el Ángelus del domingo 23 de septiembre de 1973: «una joven madre de la diócesis de Milán que, por dar la vida a su hija, sacrificaba, con meditada inmolación, la propia». Es evidente, en las palabras del Santo Padre, la referencia cristológica al Calvario y a la Eucaristía. (fuente: Santa Sede)

SAN SIMEÓN, obispo y mártir

El Evangelio de San Mateo describe a San Simeón como uno de los parientes o hermanos del Señor. Su padre era Cleofás, hermano de San José, y su madre, era hermana de la Virgen María, siendo Simeón primo carnal del Señor. Sin duda, el santo fue uno de los hermanos de Jesús que recibió el Espíritu Santo el día de Pentecostés.

Siendo asesinado Santiago el menor por lo judíos, los apóstoles y discípulos se reunieron para elegir a su sucesor en la sede de Jerusalén y por unanimidad escogieron a Simeón. El año 66 estalló en Palestina la guerra civil a consecuencia de la oposición de los judíos a los romanos y parece que los cristianos de Jerusalén recibieron del cielo el aviso de que la ciudad sería destruida y que debían salir de ella sin tardanza, refugiándose con el santo en la ciudad de Pela.

Después de la toma y destrucción de Jerusalén, los cristianos volvieron y se establecieron en las ruinas, hasta que el emperador Adriano arrasó con los escombros, pero este hecho permitió que la Iglesia floreciera grandemente y que numerosos judíos se convirtieran al cristianismo debido a los milagros obrados por los santos. Vaspaciano y Domiciano mandaron a matar a todos los miembros descendientes de David, pero Simeón consiguió escapar.

Sin embargo, durante la persecución de Trajano, fue denunciado como cristiano y descendiente de David, siendo sentenciado a muerte por el gobernador romano Atico. Fue torturado y crucificado, soportando con fortaleza y valentía el suplicio, pese a que contaba con 120 años. (fuente: aciprensa.com)

SAN RAFAEL ARNAIZ BARÓN, religioso

Nació en Burgos (España) el 9 de abril de 1911, de una familia de alta sociedad y profundamente religiosa. En esa misma ciudad fue bautizado y confirmado. Comenzó sus estudios en el colegio de los padres jesuitas y recibió por primera vez la Eucaristía en 1919.

En esos años tuvo la primera visita de la que habría de ser su asidua compañera:  una enfermedad de fiebres colibacilares que le obligó a interrumpir sus estudios. Cuando se recuperó, su padre, en agradecimiento a lo que consideró una intervención especial de la santísima Virgen, a finales del verano de 1921 lo llevó a Zaragoza, donde lo consagró a la Virgen del Pilar.

Su familia se trasladó a Oviedo, y allí continuó sus estudios de bachillerato, en el colegio de los padres jesuitas y al terminar se matriculó en la Escuela superior de arquitectura de Madrid, donde supo unir el estudio con una ardiente y asidua vida de piedad; había introducido en su horario de estudio una larga visita diaria a «el Amo» en el oratorio de Caballero de Gracia, y participaba puntualmente en su turno de adoración nocturna.

De inteligencia brillante y ecléctica, Rafael tenía destacadas dotes para la amistad y buen trato. Poseía un carácter alegre y jovial; era deportista, rico en talento para el dibujo y la pintura; le gustaba la música y el teatro. A la vez que crecía en edad y desarrollaba su personalidad, crecía también en su experiencia espiritual de vida cristiana.

En su corazón bien dispuesto a escuchar Dios quiso suscitar la invitación a una consagración especial en la vida contemplativa. Había conocido la trapa de San Isidro de Dueñas y se sintió fuertemente atraído porque la percibió como el lugar que correspondía a sus íntimos deseos. Así, en diciembre de 1933 interrumpió sus cursos en la universidad, y el 16 de enero 1934 entró en el monasterio de San Isidro.

Después de los primeros meses de noviciado y la primera Cuaresma vividos con entusiasmo en medio de las austeridades de la trapa, de improviso Dios quiso probarlo misteriosamente con una penosa enfermedad:  una aguda diabetes sacarina, que lo obligó a abandonar apresuradamente el monasterio y a regresar a casa de sus padres para ser cuidado adecuadamente.

Regresó a la trapa apenas restablecido, pero la enfermedad le obligó a abandonar varias veces el monasterio, donde volvió otras tantas veces para responder generosa y fielmente a la llamada de Dios.

Se santificó en la gozosa y heroica fidelidad a su vocación, en la aceptación amorosa de los planes de Dios y del misterio de la cruz, en la búsqueda apasionada del rostro de Dios; le fascinaba la contemplación de lo Absoluto; tenía una tierna filial devoción a la Virgen María —la «Señora» como le gustaba llamarla—. Falleció en la madrugada del 26 de abril de 1938, recién cumplidos los 27 años. Fue sepultado en el cementerio del monasterio, y después en la iglesia abacial.

Muy pronto su fama de santidad se extendió fuera de los muros del convento. Sus numerosos escritos ascéticos y místicos continúan difundiéndose con gran aceptación y para el bien de cuantos entran en contacto con él. Ha sido definido como uno de los más grandes místicos del siglo XX.

El 19 de agosto de 1989 el Papa Juan Pablo II, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud en Santiago de Compostela, lo propuso como modelo para los jóvenes del mundo de hoy y el 27 de septiembre de 1992 lo proclamó beato.

Con su canonización el Papa Benedicto XVI lo presenta como amigo, ejemplo e intercesor a todos los fieles, sobre todo a los jóvenes. (fuente: Santa Sede)

ONDA 26 es el lugar del blog en el que nos acercamos al entorno de San Felipe, ya sea a través de noticias de la familia filipense, testimonios o cualquier otra manifestación del espíritu de Felipe Neri.

Hoy, festividad de San Marcos Evangelista, se cumplen 152 años de la muerte de Marcos Castañer, uno de los fundadores de las HERMANAS FILIPENSES MISIONERAS DE ENSEÑANZA, de las cuales tenemos representación en la parroquia a través del trabajo de las hermanas Ana María, Asun, Basi y Maruja.

En este día de conmemoración para esta rama de la familia filipense, os invito a recordar la historia de sus venerables fundadores en el post que le dedicamos en el 150 aniversario de la fundación de la orden, pinchando AQUI.

Hemos tenido ciertos problemas en la red, y ese es el motivo de este periodo del blog en el que ha estado un poco parado. Ya se han solventado los pormenores técnicos y podemos continuar.

Pedimos disculpas por las molestias ocasionadas.

Gracias a todos.

SAN PEDRO BETANCURT, religioso

Pedro de San José Betancur nace en Vilaflor de Tenerife el 21 de marzo de 1626 y muere en Guatemala el 25 de abril de 1667. La distancia en el tiempo no opaca la luz que emana de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife como a toda la América Central desde aquellos remotos días de la Colonia.

Pedro de San José Betancur supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió intensamente los Misterios de Belén y de la Cruz, los cuales orientaron todo su pensamiento y acción de caridad. Hijo de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser educado por sus padres profundamente cristianos; a los 23 años abandonó su nativa Tenerife y, después de 2 años, llegó a Guatemala, tierra que la Providencia había asignado para su apostolado misionero.

Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo puso en contacto directo con los más pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, quiso consagrar su vida a Dios realizando los estudios eclesiásticos pero, al no poder hacerlo, profesó como terciario en el Convento de San Francisco, en la actual La Antigua Guatemala, con un bien determinado programa de revivir la experiencia de Jesús de Nazaret en la humildad, la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.

En un primer momento realizó su programa como custodio y sacristán de la Ermita del Santo Calvario, cercana al convento franciscano, que se convierte en el centro irradiador de su caridad. Visitó hospitales, cárceles, las casas de los pobres; los emigrantes sin trabajo, los adolescentes descarriados, sin instrucción y ya entregados a los vicios, para quienes logró realizar una primera fundación para acoger a los pequeños vagabundos blancos, mestizos y negros. Atendió la instrucción religiosa y civil con criterios todavía hoy calificados como modernos.

Construyó un oratorio, una escuela, una enfermería, una posada para sacerdotes que se encontraban de paso por la ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de alojamiento seguro y económico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jesús en la tierra, llamó a su obra «Belén».

Otros terciarios lo imitaron, compartiendo con él penitencia, oración y actividad caritativa: la vida comunitaria tomó forma cuando el Beato escribió un reglamento, que fue adoptado también por las mujeres que atendían a la educación de los niños; estaba surgiendo aquello que más tarde debería tener su desarrollo natural: la Orden de los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aún cuando éstas sólo obtuvieron el reconocimiento de la Santa Sede más tarde.

El Hermano Pedro se adelantó a los tiempos con métodos pedagógicos nuevos y estableció servicios sociales no imaginables en su época, como el hospital para convalecientes. Sus escritos espirituales son de una agudeza y profundidad inigualables.

Muere apenas a los 41 años el que en vida era llamado «Madre de Guatemala». A más de tres siglos de distancia, la memoria del «hombre que fue caridad» es sentida grandemente, viva y concreta, en su nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde se conoce su obra. (fuente: Santa Sede)

SAN BENITO MENNI, presbítero

La ciudad de Milán fue su cuna, habiendo nacido y sido bautizado el mismo día 11 de marzo de 1841. Se le puso el nombre compuesto de Ángel-Hércules, que han sido como una premonición del espíritu y fuerza, que había de caracterizar su personalidad.

Era el quinto de quince hijos del matrimonio formado por Luis Menni y Luisa Figini. En su hogar cálido y acogedor halló el apoyo y estímulo para su desarrollo intelectual y personalidad.

La llamada de Dios la siguió pronto: fino de conciencia, dejó un buen trabajo en un banco y, altruista ante el que sufre, se ofreció a ayudar al traslado de los soldados heridos que llegaban de la batalla de Magenta, cerca de Milán.

Admirado de la entrega que entonces descubrió en los Hermanos de San Juan de Dios, a los 19 años pidió el ingreso en la Orden Hospitalaria.

Con el nombre de Benito inició la vida religiosa y se consagró a Dios y a la asistencia de los enfermos; con el mismo nombre le veneraremos como San Benito Menni.

Formación y misión hospitalaria

Durante sus estudios de enfermería y sacerdotales fue forjando su personalidad religioso-hospitalaria, que puso a disposición de los superiores, es decir de la causa en favor de la sociedad más necesitada, como eran tantos enfermos.

España, la cuna de la Orden Hospitalaria, vivía entre luchas políticas en declarada hostilidad hacia lo religioso, mientras la obra de Juan de Dios había quedado prácticamente extinguida; necesitaba un impulso renovador, y Benito Menni será la persona providencial para su realización.

Destinado a España en 1867, llevó a cabo sus dos grandes obras: la restauración de la Orden de San Juan de Dios y la fundación de la Congregación femenina, » Hermanas Hospitalarias del Sdo. Corazón de Jesús «.

Su espíritu magnánimo, capacidad y disposición le ayudaron a superar muchas dificultades y tomar grandes iniciativas de especial consideración en pro de los enfermos y su asistencia integral.

Restaurador de la Orden Hospitalaria

Mandado por el entonces General de la Orden Juan M. Alfieri, que siempre fue su apoyo, y con la bendición del papa Pío IX antes de salir de Roma, Benito Menni manifiesta desde el primer momento su fuerte voluntad y espíritu decidido. A los pocos meses abre con éxito el primer hospital infantil de España en Barcelona (1867), que constituye el inicio de su extraordinaria obra restauradora, que dirigirá durante 36 años.

Desde el primer momento, gracias a su empeño vocacional, se le unirán numerosos y generosos seguidores, con los cuales a su vez podrá dar continuidad a las nuevas instituciones hospitalarias, que se multiplicarán por España, Portugal y México, continuando después por todo el nuevo mundo.

Fundador de las Hermanas Hospitalarias

Con la llegada a Granada (1878), Benito Menni entra en contacto con dos jóvenes, María Josefa Recio y María Angustias Giménez, las cuales serán en 1881 la semilla de una nueva Institución sanitaria,  netamente femenina, con característica específica para la asistencia  psiquiátrica.

En Ciempozuelos, Madrid, tiene su origen y se constituye la Casa Madre de la «Congregación de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús», la cual es aprobada por la Santa Sede en 1901.

Como signo de su identidad en el servicio hospitalario les transmite su lema en seis palabras: «rogar, trabajar, padecer, sufrir, amar a Dios y callar».

Muy pronto, sin embargo, la nueva fundación extiende sus alas de caridad misericordiosa y se establece por diversos países de Europa y América Latina, y más tarde por África y Asia. Actualmente, en que tiene lugar la canonización de Benito Menni, su fundador, se hallan presentes en 24 naciones con más de 100 Centros hospitalarios.

Benito Menni, en cuanto Fundador y Padre espiritual, les  infundió su espíritu característico juandediano, continuando durante más de 30 años su dirección y formación ascético-hospitalaria.

Visitador y Superior general de la Orden

La magna obra que Benito Menni realizó como restaurador y fundador se extendió, llamado por la Santa Sede, en favor de toda la Orden siendo nombrado primero Visitador Apostólico de la misma (1909-1911) y a continuación como Superior General (1911), a cuyo cargo, sin embargo, tuvo que renunciar un año después por incomprensiones y por motivos de salud.

Sus dos últimos años los pasó en humildad y purificación, muriendo santamente, lleno de méritos, en Dinán, Francia, el 24 de abril de 1914.

Sus restos, trasladados por sus Hermanos de España a Ciempozuelos, hoy son venerados bajo el altar central de la «Capilla de los  Fundadores» en la Casa Madre de sus Hijas Hospitalarias de Ciempozuelos. (fuente: Santa Sede)

SAN ADALBERTO DE PRAGA, obispo

San Adalberto (Vojtech), obispo de Praga y mártir, que aguantó
dificultades en bien de aquella iglesia y por Cristo llevó a cabo
muchos viajes, trabajando para extirpar costumbres paganas, pero al
ver el poco resultado obtenido, se dirigió a Roma donde se hizo
monje, pero finalmente, vuelto a Polonia e intentando atraer a la fe a
los prusianos, en la aldea de Tenkitten, junto al golfo de Gdansk, fue
asesinado por unos paganos (997). (fuente: martirologio romano)

San Adalberto es el primer obispo de Praga originario de Bohemia. Nace alrededor del año 956 en el seno de una familia noble, su nombre era Voytech. Lo envían a estudiar a Magdeburgo y al ser bautizado, toma el nombre de su catequista.

Después de la muerte de su mentor en 981, Adalberto, que tiene grandes visiones de trabajo misionero y reforma clerical, regresa a su país y al año siguiente es nombrado segundo obispo de Praga. Se desarrolla un conflicto entre el obispo y el duque de Bohemia, Boleslao II y en 990 Adalberto viaja a Roma dónde se hace monje. Dos años más tarde, el Papa Juan XV le ordena que regrese a Praga pero Gregorio V lo libera de sus deberes episcopales después de la masacre de su familia perpetrada en Lidice por Boleslao.

Durante estos cinco años en Praga, Adalberto funda la abadía de Brevnov. Boleslao I, duque de Polonia, lo invita a evangelizar a los prusianos de Pomerania en dónde Adalberto es muerto como sospechoso de ser un espía polaco. Boleslao I entierra su cuerpo en Gniezno, Polonia, de donde es trasladado a Praga en 1039. San Adalberto es canonizado en 999. (fuente)

SAN LEÓNIDAS DE ALEJANDRÍA, mártir

En Alejandría, en Egipto, conmemoración de san Leónidas, mártir, que
bajo el emperador Septimio Severo fue muerto a espada por su fe en Cristo,
dejando a su hijo Orígenes aún niño (204). (fuente: martirologio romano)

Este sabio filósofo cristiano alejandrino, padre del sapientísimo Orígenes, fue detenido al comenzar la persecución de Septimio Severo. El hijo quiso correr la misma suerte pero su madre no se lo consintió. A causa de su fidelidad al Evangelio, el año 202 Leónidas fue decapitado y todas sus propiedades fueron confiscadas, con lo que su familia quedó en la mayor pobreza. (fuente)

SAN CONRADO DE PARZHAM, religioso

En Altötting, en la región alemana de Baviera, san Conrado de Parzham
(Juan) Birndorfer, religioso de la Orden de Hermanos Menores Capuchinos,
que durante más de cuarenta años ejerció el humilde oficio de portero, siempre generoso con los pobres, y que nunca dejaba marchar a un menesteroso sin haberle ofrecido una ayuda cristiana con sus amables palabras (1891). (fuente: martirologio romano)

Juan Birndorfer (Parzham, 1818 – Altötting, 1894), religioso capuchino elevado a los altares de la Iglesia Católica con el nombre de San Conrado de Parzham. Fue el noveno hijo de Bartolomé Birndorfer y Gertrudis Niedermayer, labradores que residían cerca del pueblo de Parzham, en Baviera.

Sus biógrafos señalan que ya desde la infancia destaca por su modestia, piedad y espíritu de oración. Desarrolló una gran devoción a la Virgen María, rezando habitualmente el rosario. En los días de fiesta solía viajar a algún santuario mariano, peregrinando siempre a pie, en oración y usualmente en ayuno. Su amor por la Virgen será un característica especial en su vida religiosa.

Juan pasó su infancia y juventud en la granja familiar. A los 31 años decide abandonar el mundo secular, y tras renunciar a su herencia, fue admitido como religioso laico en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Tras su profesión de votos tomó el nombre de Conrado.

Inmediatamente tras su profesión fue enviado al convento capuchino de Santa Ana en la ciudad de Altötting. Este lugar es conocido por su santuario dedicado a Nuestra Señora de la Merced. A Conrado se le dio el oficio de portero del santuario, cargo que ejerció hasta su muerte. Debido a la gran concurrencia del santuario, la labor de la portería daba bastante trabajo. Conrado destacó por ser muy diligente, hombre de pocas palabras, bondadoso con los necesitados y siempre presto a recibir y ayudar a los peregrinos. Fray Conrado ocupó este puesto por 43 años.

Fray Conrado amaba el silencio de manera especial. Gastaba su tiempo libre en una celda abandonada cercana a la puerta, desde donde le era posible ver y adorar al Santísimo Sacramento presente en el templo del santuario. Durante la noche, a menudo pasaba en vela, dedicando a la oración el tiempo que durante el día dedicaba al trabajo en la portería. Varios pensaban que nunca descansaba, ya dedicado a las labores de portero, ya dedicado a la oración y otras devociones. El 21 de abril de 1894 falleció en el santuario donde había vivido por 43 años.

Sus virtudes en vida y los milagros tras su muerte le permitieron ser beatificado por el papa Pío XI en 1930. Cuatro años después fue canonizado por el mismo papa. (fuente)

SANTA INÉS DE MONTEPULCIANO, virgen

La vida de nuestra Santa está entretejida entre la heroicidad de sus virtudes y la riqueza de gracias sobrenaturales que el cielo derrama sobre ella. Es una de las santas que gozó de más gracias extraordinarias y demás luces místicas según refieren sus biógrafos, que por cierto los tuvo muy buenos y contemporáneos, que por sí mismos pudieron vivir muchos de los acontecimientos que narran.

Nació por el año 1274 de unos padres bien acomodados y muy buenos cristianos en Gracciano Vecchio, cerca de Montepulciano (Italia). Parece ser que al nacer se iluminó la estancia donde su madre la daba a luz. Llevó una niñez normal pero pronto se despertó en ella el deseo de llevar una vida entregada al Señor por completo y para ello solicitó de unas monjas de Montepulciano que le vistieran su hábito que llamaban «el saco» cuando apenas contaba nueve años de edad.

Fue muy dada a la oración desde que tuvo uso de razón. Parece ser que era una contemplativa precoz. Se retiraba a lo más escondido de su casa y allí pasaba horas y horas entregada a los más tiernos coloquios con el Señor. Rezaba decenas y centenas de Ave Marías y Padrenuestros ensimismada en pensar lo que sus labios pronunciaban. Más de una vez la descubrieron sus padres y deudos arrobada en éxtasis.

En cuanto descubrió el significado de la virtud de la castidad, se consagró en cuerpo y alma al Señor. Pasaba un día de Gracciano Vecchio hacia Montepulciano cuando, según cuenta un biógrafo, una gran bandada de cuervos volaba sobre su cabeza amenazándola. Pero ninguno se atrevió a herirla ni rozarla. Era que pasaba delante de una casa de mala reputación y querían aquellos bichos atemorizarla y obligarla a que también ella formara parte de aquellas pobres mujeres. Su pureza quedó siempre sin mancilla porque trató de evitar cuanto empuja hacia el pecado.

Cuando nada más contaba quince años abrazó la vida religiosa llamando la atención por su entrega sin límites a toda clase de sacrificios y a la más rigurosa vida de observancia regular. Pronto todas las monjas se fijaban en Inés y trataban de copiar sus virtudes. Era como una regla viva para todas. Ella, en compañía de Margarita, que había sido su maestra y guía en la vida monacal, dio comienzo a la fundación de un convento que pronto llamaría la atención por la irradiación de frutos de santidad que de él se desprenderían por toda aquella comarca. Fue el célebre convento de Proceno en el que a sus dieciocho años ya fue nombrada abadesa del mismo. Durante este tiempo atendía a todo y a todos sin sufrir mengua por ello su dedicación y entrega al Señor. Sentía dejar al Señor por los hombres, pero veía que ésta era su obligación y a ella se entregaba de lleno. No parecía que fuera todavía casi una joven por los ejemplos de madurez que a todos daba. Se olvidaba de sí misma y se entregaba a los cuidados que la obediencia le había encomendado…

Cuentan sus biógrafos que la Divina Providencia iba sembrando de flores de prodigios la vida de Inés. Las mismas monjas son testigos de muchos de estos prodigios… Como la fama de Proceno se extendía de día en día, los buenos hijos de Montepulciano quisieron que también allí, en su pueblo natal, hiciera otra fundación para que sirviera como de irradiación espiritual y saneamiento de costumbres. En poco tiempo obtuvo del Papa los necesarios permisos y el Señor empezó a obrar allí como lo había hecho antes en Proceno. Las gracias del cielo se multiplican. Los éxtasis, arrobamientos, milagros y mensajes que recibe del Señor son casi diarios. Ella lo comunica por obedecer y son muchas las almas que por su medio se enriquecen espiritualmente y cambian de vida. Cae enferma. Tiene sólo cuarenta y tres años. Sufre mucho. Obra milagros en aquella misma hora de su muerte. Es el 20 de Abril de 1317. (fuente)

SAN MAPÁLICO y compañeros mártires

En África, san Mapálico, mártir, que durante la persecución bajo el
emperador Decio, movido de piedad hacia su familia, pidió que se concediese
la paz eclesiástica a su madre y a su hermana, que habían abjurado, y
así, conducido ante el tribunal, fue coronado por el martirio. Con él perecieron
muchos otros santos mártires, que confesaron igualmente a Cristo, a saber:
Baso, en una cantera; Fortunio, en la cárcel; Pablo, en el tribunal; Fortunata,
Victorino, Víctor, Heremio, Crédula, Hereda, Donato, Firme, Venusto,
Frutos, Julia, Marcial y Aristón, muertos en la cárcel por hambre (250). (fuente: martirologio romano)

BEATA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN AVRILLOT, madre

Se llamó en el siglo Bárbara Avrillot y fue hija de los nobles Nicolás, señor de Champalsteurs, y de María L’Huiller, muy buenos cristianos que al no tener descendencia prometieron consagrarlo al Señor si les daba fruto de su matrimonio. Éste llegó el 1 de febrero de 1566 y la consagraron al Señor y a la Virgen María vistiéndola de blanco hasta la edad de siete años. Desde esa fecha vivió interna entre las Hermanas Menores de la Humildad de Longchamp, donde llamaba la atención por su sencillez y piedad.

Cuando salió del convento a los catorce años, aunque ella hubiera querido consagrarse al Señor en la vida religiosa, sus padres la encaminaron hacia el matrimonio y a los dieciséis años se casó con el vizconde Pedro Acarie, al que amó y sirvió con toda su alma como correspondía a una fidelísima esposa. El Señor les concedió seis hijos que educaron cristianamente. Al salir del convento como interna, sus padres pusieron a su servicio a una joven, Andrea Levoiz, admirable por su gran piedad, honradez y caridad para con todos. Andrea y Bárbara, criada y señora, viven íntimamente unidas en el camino de la santidad. Se ayudan en su vida interior y ambas corren parejas hacia la meta. Andrea ayuda en la educación de los hijos de su señora y amiga, tres de los cuales se consagrarán al Señor en el mismo género de vida que lo hará su misma madre cuando se vea libre de las ataduras del mundo.

Todo parecía caminar viento en popa cuando vino a visitarle la prueba. Los enemigos de la Iglesia la atacan sin piedad. La herejía protestante se extiende cada día por Francia. El rey Enrique IV destierra al esposo de Bárbara y ella le sigue a todas partes. Es objeto de calumnias e ingratitudes pero todo lo soporta con valentía de espíritu. A todos perdona. Bárbara sostiene y ayuda a su marido en esta dura lucha. Ella misma es ayudada por su primo, el famoso cardenal Pedro de Bérulle, y por el mismo San Francisco de Sales. Pasada la tormenta se extiende por toda Francia la noticia de las Carmelitas reformadas por Santa Teresa y se leen las maravillosas Obras de esta gran santa castellana.

Es por el 1601. Bárbara Lee sus obras y el Señor va obrando maravillas en su alma. Pide consejo, ora mucho y se decide. Ella va a arreglar todas las cosas para que estas santas mujeres, las hijas de Teresa de Jesús, puedan venir a fundar también a Francia. Así obtiene el permiso del Papa Clemente VIII el 13 de noviembre de 1603 por el decreto «In supremo» para que sea una realidad, lo que sucede el 29 de agosto de 1604 que llegaban de España las seis primeras carmelitas descalzas al frente de las cuales iba Ana de Jesús y la conversa beata Ana de San Bartolomé.

Seguidamente cooperó nuestra beata en la fundación de Pontoise, de Digione y de Amiens en el que vio con alegría ingresar a tres de sus hijas. Por todos es considerada como la «Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia». Mientras, Bárbara sigue entregada a sus obras de caridad, de piedad y de maceración de su cuerpo, hasta que el 1616 muere su marido sin que ella durante su enfermedad le dejara ni un instante. Fue verdaderamente un modelo de esposa y de madre. Rotas las ataduras que la ligaban al mundo sólo ansía ya entregarse al Señor en la vida religiosa. Podía hacerlo en los conventos que ella había fundado y donde sabía que tendría muchos deudos, pero quiso elegir el más pobre y más lejano, el de Amiens, al que solicitó, con gran humildad, que la recibieran como hermana de obediencia. Se entregó de lleno a la vida de oración, penitencia y servicio en los trabajos más humildes. Recibió muchas gracias del cielo y también hubo de sufrir no pocas incomprensiones y enfermedades que llevo con gran paz y hasta con alegría.

Por su delicado estado de salud, el 7 de diciembre de 1616 fue enviada al Carmelo de Pontoise, donde, confortada por el Viático y por éxtasis y visiones celestiales, entregó su alma al Señor el 18 de abril de 1618. El papa Pío VI la beatificó el 5 de junio de 1791. Su cuerpo reposa en la capilla del convento de Pontoise. (fuente: eltestigofiel.org)

SAN SIMEÓN BAR SABAS, obispo y mártir

En Persia, pasión de san Simeón bar Sabas, obispo de Seleucia y Ctesifonte, el cual, por orden de Sapor II, rey de los persas, fue detenido y cargado de cadenas por rechazar la adoración del sol y proclamar a Jesucristo libre y valientemente. Encarcelado junto con más de cien compañeros, obispos, presbíteros y de otros órdenes eclesiásticos, fue sometido a torturas, y el Viernes Santo de la Pasión del Señor, ante sus ojos, y mientras los exhortaba, todos sus compañeros fueron degollados, como él mismo lo fue en último lugar. También conmemoración de muchos mártires que, después de la muerte de san Simeón, en toda la región de Pesia, e igualmente bajo el rey Sapor II, fueron degollados por causa del nombre de Cristo, entre ellos san Ustazades, eunuco del palacio real, que fue padrino del mismo rey y que, en el primer ímpetu de la persecución, sufrió el martirio en el palacio de Artajerjes, hermano
del rey Sapor, en la provincia de Adiabena (341).(fuente: martirologio romano)

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